A principios del siglo XIX, Santiago Ramón y Cajal identificó por vez primera las neuronas como los elementos funcionales del sistema nervioso. Cajal propuso que estas células nerviosas actuaban como entidades que, comunicándose unas con otras, establecían una especie de red mediante conexiones. Años después, los científicos descubrirían que esas conexiones de basaban en la transmisión de información a través de pequeños impulsos eléctricos.
Por varios años Michael J. McConnell, biólogo especializado en células madre, sintió curiosidad por los hermanos gemelos que, a pesar de ser prácticamente iguales en su estructura, en el ambiente en que crecieron y otros aspectos condicionantes del desarrollo posterior del individuo, se distinguen porque uno de ellos desarrolla algún padecimiento mental que el otro no tiene.
“Los gemelos monocigóticos pueden, de vez en vez, ser discordantes por cosas como la esquizofrenia, por cosas como el autismo. Si crecen juntos, si tienen el mismo genoma, ¿entonces por qué son diferentes?”, se preguntaba McConnell hasta hace poco, cuando dio con una pista que quizá lo lleve a la respuesta definitiva.
En los últimos diez años el científico ha estado estudiando la transformación en ratones de células en neuronas, identificando que cada una de estas, una vez que toma su forma última, parece tener un genoma propio o, dicho de otro modo, una identidad distinta a cada una de las demás neuronas. Teniendo en cuenta que el cerebro humano posee aproximadamente 100 mil millones de neuronas, sería mejor decir 100 mil millones de neuronas con identidad propia y diferente entre sí.
Esto podría influir en el comportamiento de una persona, pero eso es algo que todavía necesita confirmarse, aunque McConnell está más que dispuesto a buscar signos de mosaicismo genético en el cerebro humano, así como neuronas reprogramas en personas que padecen esquizofrenia o alguna otra condición mental.
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